miércoles, 22 de marzo de 2017

El caballo de Troya lo inventaron los dinosaurios

El autor, Fidel Torcida Fernández-Baldor (Director del Museo de Dinosaurios) hace una reflexión sobre la información que proporcionan los fósiles de los dinosaurios. Su estudio, como si de unas matrioskas rusas se trataran, sorprende con cada muñeca que va apareciendo


El Correo de Burgos (El Mundo). Texto íntegro legigle: más abajo.





































LAS MATRIOSKAS rusas son la esencia de la sorpresa para un niño que las descubre por primera vez. Según van apareciendo nuevas muñecas, más aumenta la curiosidad que le tiene En vilo hasta el final: ¿4, 5, 6… 10 muñecas?  Ese misterio oculto en una imitación amable de las capas de la cebolla tendría variantes más simples e indeseadas, como es el caballo de Troya. El mito referido a la larga guerra entre griegos y troyanos quizás inspire otras réplicas en la historia de la Vida, como pretendo mostrarles.

Una buena noticia para un paleontólogo que se apresta a estudiar un fósil es disponer de un ejemplar bien conservado. Cuando se trabaja con fósiles lo más usual es pelearse con algo incompleto, dañado desgastado. El investigador, resignado, tiene que recurrir a unas buenas dosis de paciencia, minuciosidad y, sobre todo, un optimismo imperturbable que le libre del desánimo. Los padres de la paleontología mostraron el camino a seguir, como es el caso de Georges Cuvier. Este eminente sabio partía de un simple hueso para deducir su posición anatómica y el grupo biológico al que pertenecía su dueño, aunque éste ya durmiera en el remoto pasado del planeta.

La cruz de la moneda es cuando nos encontramos ante un fósil prácticamente completo y de conservación excepcional, desde insectos en ámbar a mamuts congelados. La relativamente e escasa antigüedad de éstos así como su proceso de preservación han hecho posible que conozcamos con seguridad qué comían en los páramos siberianos. En el caso de una cría de mamut se supo que su último menú: de primer plato musgos, líquenes, acículas de pinos y abetos que conservaba su estómago, y de segundo una ensalada de juncos y ranúnculos, a medio masticar en su boca. Una auténtica matrioska fósil que fue un regalo para los investigadores. 

La relación de matrioskas fósiles es sorprendentemente amplia e incluye a un dinosaurio carnívoro que resultó ser pescador (con restos del pez lepidotes en su vientre); o el pequeño dinosaurio injustamente tratado como caníbal, cuando en realidad comía lagartos y no as us propias crías. 

Y es que la información que nos pueden proporcionar los fósiles es notable, siempre que se proceda con cuidado a examinarlos. Además, debemos estar dispuestos a aceptar nuevas explicaciones cuando se realizan más estudios con técnicas novedosas o descubrimientos que obligan a cambiar nuestra mirada sobre el mundo natural.

A veces las sorpresas son mayúsculas, como en los fósiles de ‘reptiles’ acuáticos (los biólogos nos apuntan que no tenemos que hablar de reptiles, sino de un grupo denominado saurópidos). Algunos fósiles de esas bestias marinas contenían también crías en su interior, como si hubiera sido su última comida. La realidad parece ser más compleja, pues se ha deducido que eran animales vivíparos: los embriones completaban su desarrollo en el interior de la madre como ocurre en mamíferos entre los que se encuentra nuestra especie. ¿Reptiles vivíparos? Bueno, unas pocas especies de lagartijas y serpientes actuales lo son, pero no deja de ser un rasgo extraño. Por si había dudas, disponemos de una auténtica tragedia inmortalizada en la roca: un parto que no llegó a su fin, en el que una cría de ictiosaurio no había terminado de salir del vientre materno cuando los dos murieron a consecuencia de un derrumbe de barro en el fondo marino. 

Podríamos ir un poco más allá y especular sobre posibles caballos de Troya que destruyen al enemigo con un arma secreta oculta en su interior. Fijémonos en dos hallazgos que han llamado la atención por ser de características llamativas. En Portugal se estudió el fósil de un dinosaurio carnívoro que poseía en su abdomen una acumulación de gastrolitos, piedras que ingerían para ayudarse en la digestión… ¡dinosaurios herbívoros! Es algo que parece contradictorio, aunque podría tener una explicación si entramos en el detalle: junto a esas piedras había huesos de un pequeño dinosaurio vegetariano que probablemente fuera el que aportara los gastrolitos. Tan pesada e imposible digestión podría haber supuesto la muerte del glotón depredador: ¡muero, pero te llevo conmigo! Las plantas del pasado también serían capaces de derrotar a sus enemigos desde sus propias entrañas, si hacemos caso al  reciente descubrimiento de un dinosaurio argentino que también preserva su última comida, en la  que se incluyeron semillas de cycadales, unas plantas ricas en veneno en sus hojas, tallos y  semillas. Los paleontólogos entienden que estas plantas formaban parte de su dieta, como en otros muchos animales con adaptaciones a comer vegetales tóxicos.  

Y esa es una explicación razonable, pero también se puede hipotetizar que realmente ese dinosaurio comió lo que no debía por error y murió por intoxicación. El mundo natural y el ingenio humano se miran de reojo, imitándose. Así que les propongo un resumen de esta narración: el caballo de Troya lo inventaron los dinosaurios. Cierto: es una afirmación exagerada y poco ortodoxa. Pero si hay algo que espero compartan conmigo es que todo es susceptible de fosilizar, desde la dieta o la maternidad… hasta la mala suerte. 


* Fidel Torcida Fernández-Baldor es director del Museo de Dinosaurios de Salas de los Infantes.

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